sábado, 2 de marzo de 2013

Para una comprensión materialista del concepto de Belleza



No sé por donde empezar o, mejor dicho, se por donde no quiero empezar. No quiero entrar definiendo conceptos ni tampoco en divagaciones abstractas sobre la belleza en sí misma, la subjetividad de lo bello, la cualificación del gusto (un concepto bastante digestivo y sobre el que se dice nada hay escrito), los parámetros de belleza y un largo etcétera, porque tomar ese camino es perderse en el laberinto.

Así que lo primero que haré será invitaros a hacer un viaje en el tiempo, un viaje al pasado de unos homínidos simiescos de hace 1, 2, 3 millones de años del sur y sureste de África. No creo que esos homínidos conocieran parámetros de belleza, aunque podían muy bien ser capaces de visualizar entornos confortables, seguros y agradables, lugares con agua, ríos, cascadas, lagos, árboles, abundante vegetación y un vistoso colorido de frutas, hojas ... o, dicho de otro modo, fuentes de alimento, bebida, lugares donde poder esconderse y defenderse de los depredadores. Hoy en día, aunque muchos de nosotros viven en bloques de hormigón, seguimos sabiendo apreciar y distinguir un "bello" paisaje rico en esos elementos naturales de un paisaje agreste, desolador, árido y, en general, peligroso.

Con esta introducción no quisiera induciros a una concepción de tipo excesivamente utilitarista para derivar de ahí el concepto de belleza. Por eso tomaré el hilo de la estructura de nuestra percepción sensorial. Como todos los primates, nuestra visión es estereoscópica, binocular, lo que nos permite captar el espacio y sus formas. Nuestra visión, no siendo tan nítida como la de las aves, capta un gran abanico de colores. En suma, nuestras facultades oculares, auditivas y táctiles, como fuente de supervivencia, priman sobre las olfativas y se desenvuelven en el ámbito del espacio y el tiempo.
 
Espacio y tiempo serán tanto los marcos de nuestra percepción como de nuestra representación del mundo. Somos seres cíclicos, rítmicos  y simétricos (es el a priori de nuestra propia constitución biológica) y en nuestra actividad cotidiana, práctica, reproducimos ciclos, ritmos y simetrías como condición previa a una mínima asimilación de orden y armonía.

Pero todavía no hemos entrado en el quid de la cuestión. El que las hembras de pavo real, a través de un largo proceso evolutivo, hayan acabado seleccionando a los machos dotados de un plumaje mas vistoso y lleno de colorido no significa que se rijan por cánones o parámetros de belleza, tambien las abejas y los insectos en general se han ido encargando de crear las flores, seleccionar sus formas y colores a lo largo de millones de años y tampoco significa que la estética dirija su evolución. Sin embargo, nuestro propio instinto heredado nos ayuda a apartarnos de lo podrido y maloliente, de lo repulsivo, que en cuestión de alimentos es lo tóxico, y nuestro sentido innato de lo simétrico, de lo ordenado nos induce a apartarnos del ser de estructura asimétrica, caótica y desordenada y a identificarlo con el monstruo o lo monstruoso. En definitiva, la tendencia es a producir y a reproducir la secuencia rítmica y armónica del espacio social construido por el hombre.

 Belleza es un término muy amplio, tan amplio que excede del campo del arte y se aplica indistintamente a la naturaleza o al sexo y, si hablamos de belleza en el sexo ya nos estamos introduciendo de lleno en el campo de la cultura humana, tan variable de un lugar a otro y de un tiempo a otro y, de nuevo, en el campo del relativismo mas radical: los Kawelka se arrancan los incisivos para parecerse a los rumiantes porque, a su parecer, los rumiantes son bellos, los Padaung de Kampuchea creen que las mujeres son mas bellas cuanto mas largo sea su cuello, los chinos aprecian como mas bellas a las mujeres de pies mas pequeños, los Bocotudos se introducen un plato en el labio para realzar su belleza...

Tocamos un tema paralelo al del Bien y el Mal aunque dotado de muchísimas mas connotaciones y factores influyentes de orden biológico y socio-cultural.

La hominización genera la cultura pero, no nos equivoquemos, la cultura también genera la hominización. A través de la cultura el hombre se apropia de la naturaleza, se construye su propio espacio y acaba domesticando a los animales y cultivando las plantas. Lo que no se advierte fácilmente es que en virtud del mismo proceso el hombre acaba domesticándose, adiestrándose y cultivándose a si mismo. Como proceso de autodomesticación la cultura tiene un fuerte componente represivo y autorrepresivo. La cultura se constituye y emerge como represión del instinto al que desvía y culturiza nuevamente.  

Estoy seguro de que la persona que se extasía contemplando un paisaje y admira su belleza entabla con la naturaleza una relación plenamente culturizada. Se ha interpuesto un doble espejo, el de las producciones artísticas estéticas culturales que generan el estímulo sensorial sobre el espectador y su nueva reflexión en calidad de goce estético sobre el mundo natural. En el presente caso, no podemos presuponer la existencia de un vínculo originario con la naturaleza, sino de un nexo mediático, socialmente culturizado. El estímulo que produciría ese mismo paisaje sobre cualquier antecesor de homo (australopithecus o ardipithecus) no habría de ser muy distinto al que generaría sobre cualquier otro animal: alimentos, peligros, protección (si hay árboles), saciar la sed (si hay algún río).  


Cultura es ante todo emergencia. Del mundo viviente surge una única especie culturizada  porque no podía surgir de especies distintas. La cultura es absorbente e imperialista y no admite por definición la biodiversidad. Hace cincuenta mil años dos especies (no razas) de homínidos habían traspasado el umbral de la cultura. Eran Sapiens y Neandertal, diez mil años después se extinguiría la segunda especie.


1 comentario:

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